jueves, 22 de julio de 2010

CUENTOS PARA EL VERANO.

LA FIESTA DEL VERANO.

¡Por fin! ¡Ha llegado la Fiesta del Verano! Ninguno de los Habitantes del Bosque quisiera perdérsela.
¡En la Fiesta del Verano, Rata Negra dirige la Orquesta formada por Avispas Peludas, Grillos, Saltamontes, y Cigarra toca la guitarra como solista! En la Fiesta del Verano, bajo un cielo estrellado, sin nubes y un aire tibio y perfumado, hay para beber un barril lleno hasta el borde de dulce jarabe de frambuesa.
¿Faltar a esa alegre fiesta? ¡De ninguna manera!

Todos asisten a la fiesta. Pero esta vez hay un extraño: Rana. Nadie sabe quién es, de donde viene ni adónde va, pero de todas maneras le dan la bienvenida. Musaraña le explica:
—Cuando la Orquesta toca la Canción del Bizcocho, empieza el baile.
—¿Qué tiene que ver un bizcocho con la fiesta?
—No lo sé. Nadie lo sabe. ¿Y a quién le importa saberlo, de todos modos? Sólo es una canción que nos gusta, nada más.

Este, por supuesto, es el gran secreto de los Habitantes del Bosque: no se hacen nunca demasiadas preguntas. La vida, por sí misma, ya es bastante complicada. ¿Para qué complicarla más?
Tejón, calendario en mano, señala que el Día del Verano es mañana, no hoy.
¿Sabéis que le contestaron los cachorros de Oso y Zorro?
—¡Oh, Tejón! ¡Qué importa eso! Una fiesta se puede hacer cualquier día.
Suena la Orquesta y Rana le pide a Urraca que baile con él.
—¡Oh, gracias! ¡Tenía tanto miedo de que me invitara Erizo! ¿Te lo imaginas? ¡Con todos esos pinchos!

Pues bien, Erizo invita a Conejita a bailar; Ardilla se ocupa de la bebida de frambuesa; Rata de Agua ofrece pasteles y, por todas partes, hay gran animación, bullicio y murmullo de conversaciones. La Orquesta toca sin parar y todo el mundo es feliz.
No es difícil ser feliz en el bosque en tanto el Hombre, con sus detestables ideas acerca de la caza, los pesticidas y las trampas, se mantenga bien lejos.

Pero, a decir verdad, hay una cara triste: Cuervo. Con su sombrero hongo metido hasta los ojos y las alas plegadas a la espalda, Cuervo piensa que las cosas no son como debieran.
-¡Gra, gra! Lo digo y lo repito. ¡Gra! Estas fiestas son tontas! – rezonga-. ¿Por qué no celebramos la Fiesta del Otoño o la de la Primavera? ¡A mí ésta no me gusta! ¡No me divierte! Tengo ganas de irme a casa. ¡Eh, vosotros dos! -exclama, volviéndose hacia Castor y Marmota-. ¿De qué os reís?

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¿Quién, nosotros? Nosotros no… ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Si no nos reímos!
Se desternillan de risa. ¿Y sabéis por qué? Porque Castor acaba de preguntarle a Marmota:
-¿Por qué Cuervo no se quita nunca su sombrero hongo?
-¿No lo sabes? -replica Marmota-. ¡Porque es calvo!
¡Pobre Cuervo gruñón con su cabeza pelada! Dice que todo es pura tontería y se queja de que se aburre en la fiesta.

Pero, la verdad es que lo está pasando como nunca en su vida. Y cuando la fiesta termina y todos se van a la cama, a sus nidos y madrigueras, muertos de cansancio pero felices y alegres, Cuervo se queda, limpiando y recogiendo la basura. Y mientras lo hace, murmura para sí:
«¡Qué divertida es la Fiesta del Verano! He pasado momentos maravillosos. Pero ¡gra, gra! Lo digo y lo repito. ¡Gra! El bosque tiene que quedar muy limpio y aseado para mañana. Si no, ¡qué dirían las flores!»

Este cuento fue extraído de Historias del Bosque.

EL PEQUEÑO BOSQUE JUNTO AL MAR

Había una vez un pequeño poblado separado del mar y sus grandes acantilados por un bosque. Aquel bosque era la mejor defensa del pueblo contra las tormentas y las furias del mar, tan feroces en toda la comarca, que sólo allí era posible vivir. Pero el bosque estaba constantemente en peligro, pues un pequeño grupo de seres malvados acudía cada noche a talar algunos de aquellos fuertes árboles. Los habitantes del poblado nada podían hacer para impedir aquella tala, así que se veían obligados a plantar constantemente nuevos árboles que pudieran sustituir a los que habían sido cortados.

Durante generaciones aquella fue la vida de los plantadores de árboles. Los padres enseñaban a los hijos y éstos, desde muy pequeños, dedicaban cada rato de tiempo libre a plantar nuevos árboles. Cada familia era responsable de repoblar una zona señalada desde tiempo inmemorial, y el fallo de una cualquiera de las familias hubiera llevado a la comunidad al desastre.
Por supuesto, la gran mayoría de los árboles plantados se echaba a perder por mil variadas razones, y sólo un pequeño porcentaje llegaba a crecer totalmente, pero eran tantos y tantos los que plantaban que conseguían mantener el tamaño de su bosque protector, a pesar de las grandes tormentas y de las crueles talas de los malvados.

Pero entonces, ocurrió una desgracia. Una de aquellas familias se extinguió por falta de descendientes, y su zona del bosque comenzó a perder más árboles. No había nada que hacer, la tragedia era inevitable, y en el pueblo se prepararon para emigrar después de tantos siglos.

Sin embargo, uno de los jóvenes se negó a abandonar la aldea. “No me marcharé”, dijo, “si hace falta fundaré una nueva familia que se haga cargo de esa zona, y yo mismo me dedicaré a ella desde el primer día”.

Todos sabían que nadie era capaz de mantener por sí mismo una de aquellas zonas replantadas y, como el bosque tardaría algún tiempo en despoblarse, aceptaron la propuesta del joven. Pero al hacerlo, aceptaron la revolución más grande jamás vivida en el pueblo.

Aquel joven, muy querido por todos, no tardó en encontrar manos que lo ayudaran a replantar. Pero todas aquellas manos salían de otras zonas, y pronto la suya no fue la única zona en la que había necesidad de más árboles. Aquellas nuevas zonas recibieron ayuda de otras familias y en poco tiempo ya nadie sabía quién debía cuidar una zona u otra: simplemente, se dedicaban a plantar allí donde hiciera falta. Pero hacía falta en tantos sitios, que comenzaron a plantar incluso durante la noche, a pesar del miedo ancestral que sentían hacia los malvados podadores.
Aquellas plantaciones nocturnas terminaron haciendo coincidir a cuidadores con exterminadores, pero sólo para descubrir que aquellos “terribles” seres no eran más que los asustados miembros de una tribu que se escondían en las laberínticas cuevas de los acantilados durante el día, y acudían a la superficie durante la noche para obtener un poco de leña y comida con la que apenas sobrevivir. Y en cuanto alguno de estos “seres” conocía las bondades de vivir en un poblado en la superficie, y de tener agua y comida, y de saber plantar árboles, suplicaba ser aceptado en la aldea.

Con cada nuevo “nocturno”, el poblado ganaba manos para plantar, y perdía brazos para talar. Pronto, el pueblo se llenó de agradecidos “nocturnos” que se mezclaban sin miedo entre las antiguas familias, hasta el punto de hacerse indinstinguibles. Y tanta era su influencia, que el bosque comenzó a crecer. Día tras día, año tras año, de forma casi imperceptible, el bosque se hacía más y más grande, aumentando la superficie que protegía, hasta que finalmente las sucesivas generaciones de aquel pueblo pudieron vivir allá donde quisieron, en cualquier lugar de la comarca. Y jamás hubieran sabido que tiempo atrás, su origen estaba en un pequeño pueblo protegido por unos pocos árboles a punto de desaparecer.

AUTOR: Pedro Pablo Sacristán.


EL PAJARITO DE PIEDRA.

Hubo una vez un pájaro de piedra. Era una criatura bella y mágica que vivía a la entrada de un precioso bosque entre dos montañas. Aunque era tan pesado que se veía obligado a caminar sobre el suelo, el pajarillo disfrutaba de sus árboles día tras día, soñando con poder llegar a volar y saborear aquel tranquilo y bello paisaje desde las alturas.
Pero todo aquello desapareció con el gran incendio. Los árboles quedaron reducidos a troncos y cenizas, y cuantos animales y plantas vivían allí desaparecieron. El pajarillo de piedra fue el único capaz de resistir el fuego, pero cuando todo hubo acabado y vio aquel desolador paisaje, la pena y la tristeza se adueñaron de su espíritu de tal modo que no pudo dejar de llorar.
Lloró y lloró durante horas y días, y con tanto sentimiento, que las lágrimas fueron consumiendo su piedra, y todo él desapareció para quedar convertido en un charquito de agua.

Pero con la salida del sol, el agua de aquellas lágrimas se evaporó y subió al cielo, transformando al triste pajarillo de piedra en una pequeña y feliz nubecita capaz de sobrevolar los árboles.
Desde entonces la nube pasea por el cielo disfrutando de todos los bosques de la tierra, y recordando lo que aquel incendio provocó en su querido hogar, acude siempre atenta con su lluvia allá donde algún árbol esté ardiendo.

AUTOR: Pedro Pablo Sacristán.


UN SACO DE PULGAS.

Cuenta la leyenda, que el brujo Perrón y el mago Chuchin tenían una de las mejores colecciones de pulgas del mundo, las más listas, saltarinas y fuertes, utilísimas para cualquier hechizo. Llevaban siempre no menos de mil pulgas cada uno, bien guardadas en sus rarísimos sacos de cristal, para que todos pudieran apreciar sus cualidades.
En cierta ocasión, el brujo y el mago coincidieron en un bosque, y entre charlas y bromas, se hizo tan tarde que tuvieron que acampar allí mismo.

Mientras dormían, el mago Chuchín estornudó tan fuerte y mágicamente, que miles de ardientes chispitas escaparon de su nariz, con tan mala fortuna que una de ellas llegó a incendiar las hojas sobre las que brujo y mago habían dejado sus pulgas. Como los hechiceros seguían dormidos y el fuego se iba extendiendo, las pulgas comenzaron a ponerse nerviosas. Todas eras tremendamente listas y fuertes, así que cada una encontró una forma de escapar del fuego, y saltaba con fuerza para conseguirlo. Sin embargo, como saltaban en direcciones distintas, los sacos seguían en su sitio y el fuego amenazaba con acabar con todas ellas.
Entonces, una de las pulgas del mago vio a todas las pulgas del brujo saltando en su saco sin ningún control, y se dio cuenta de que nunca se salvarían así. Y dejando de saltar, reunió a un grupito de pulgas y las convenció para saltar todas juntas. Como no conseguían ponerse de acuerdo hacia dónde saltar, la pulga les propuso saltar una vez adelante y otra atrás.

El grupito empezó a saltar conjuntamente, y el resto de pulgas de su mismo saco no tardó en comprender que saltando todas juntas sería más fácil escapar del fuego, así que al poco todas las pulgas saltaban alante y atrás, alante y atrás. Las pulgas del saco del brujo, al verlo, hicieron lo mismo, y tuvieron tanta suerte, y balancearon tanto los sacos de cristal que llegaron a chocar uno contra otro y se rompieron en mil pedazos, dejando a las pulgas libres para ir donde quisieran. Cuando el fuego llegó a despertar a los hechiceros, ya era demasiado tarde, y aunque pudieron apagar el incendio sin problemas, todas las pulgas habían conseguido escapar.

Y nunca más se volvió a saber nada de aquellas excepcionales pulgas, aunque hay quien dice que aún hoy siguen trabajando en equipo para sobrevivir a los peligros de bosque.

AUTOR: Pedro Pablo Sacristán.


Cuento: El soldadito de plomo.
Autor: Hans Christian Andersen

Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos. Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla.
Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fábrica. No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándolo a ser el más valiente.

Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes. Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella.

Las noches se sucedían de prisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valentía. Por la noche, cuando ella le preguntaba si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no. Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el travieso que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo admonitorio señalaba al pobre soldadito. Finalmente, una noche, el travieso estalló.

-¡Eh, tú, deja de mirar a la bailarina! -el pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:

-No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.

Y lo dijo ruborizándose. ¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor! Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el borde de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar. Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia. Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios. Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo. Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero! -dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto. Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron cómo pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante.

¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había arrasado tantos y tantos peligros en sus batallas! La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos. Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo había uno que lo angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina…

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de una enorme Ave, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme. Sin embargo, el Ave no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río. Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros pájaros tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche -dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador. El Ave acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de…! -gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de esta Ave! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!

Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina. Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación. Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el fuego . El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla. ¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse. El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón. A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.

FIN

Cuento: El sastrecillo valiente.
Autor: Hermanos Grimm

Cierta mañana de verano estaba un sastrecillo trabajando junto a su mesa a la orilla de la ventana, y se sentía con tan buen espíritu que cosía a lo que más podía.

En eso pasó por allí una señora campesina anunciando en voz alta:

-”¡Buenas mermeladas, deliciosas mermeladas! ¡Baratas, a muy buen precio, llévenlas!”-

Eso alertó complacidamente los oídos del sastre, y asomando su delicada cabeza por la ventana gritó:

-”¡Hey, buena señora, suba acá y saldrá de toda su mercancía!”-

La mujer subió los tres pisos hasta el taller del sastre y éste la hizo desempacar todas sus jarras. Él las inspeccionó una a una, las levantaba y las acercaba a su nariz, hasta que por fin expresó:

-”Me parece que las mermeladas están muy buenas, así que por favor, deme 200 gramos, estimada señora, y si fuera un cuarto de kilo, estaría bien”.-

La dama, que esperaba tener una buena venta, le entregó lo que pidió, pero salió toda enojada y murmurando, por haber creído que realmente iba a venderlas todas. Y el sastrecillo contento gritó:

-”Ahora, Dios bendiga la mermelada para mi satisfacción, y me dé salud y fortaleza”.-

Y fue y sacó el pan de la canasta, cortó una pieza en dos partes y colocó la mermelada a todo lo largo.

-”De ninguna manera que esto estará amargo” - se dijo, -”pero primero terminaré este abrigo antes de darle un mordisco”.-

Puso el pan con la mermelada hacia arriba, cerca de él, y siguió cosiendo, y en su alegría, hacía más grandes y más grandes las puntadas. Mientras tanto, el aroma de la dulce mermelada ascendía por la pared hasta donde había gran cantidad de moscas, y éstas fueron atraídas y cayeron en puños sobre ella.

-”¡Hola!, ¿Quién las invitó?” - dijo el sastrecillo, y espantó a las moscas.

Las moscas, que no entendían aquel lenguaje, no se fueron lejos, sino que regresaron y cada vez con más compañía. El sastrecillo por fin perdió la paciencia y tomó un trozo de tela de la caja que tenía debajo de la mesa diciendo:

-”Esperen y verán lo que sucede” - y dio un solo golpe con la tela sin misericordia sobre ellas.

Cuando terminó el golpe, miró y contó que no había menos de siete, bien muertas y patas para arriba.

-”¿Has visto a un tipo semejante?”, - se dijo, y no dejaba de admirarse de su proeza.

-”¡Todo el pueblo deberá saber de esto!” -

Y el sastrecillo se hizo para él mismo una cinta, la bordó con grandes letras que decían “SIETE DE UN GOLPE”, y se la ciñó al pecho.

-”Pero ¿Cómo que sólo el pueblo?”- continuó diciendo.

-”Todo el mundo entero debe de saberlo”- y su corazón oscilaba de contento como la cola de un corderito.

Ya con su cinta ceñida al pecho decidió ir adelante hacia el mundo, porque pensó que su taller era demasiado pequeño para su valor. Antes de salir, miró en la habitación para ver si había algo que pudiera llevarse consigo. Sin embargo no encontró nada, excepto un viejo queso que puso en su bolso. En frente de la puerta de salida observó un pequeño pájaro enredado entre unas ramas. Y quedó el pájaro acompañando al queso en el bolso. Tomó la calle con optimismo, y se marchó corriendo y saltando, sin sentir ninguna fatiga. El camino lo llevó hasta la cumbre de una montaña, y ahí encontró a un poderoso gigante que miraba a su alrededor sentado muy confortablemente. El sastrecillo se acercó bravíamente, y le habló diciendo:

-”¡Buen día camarada, así que estás ahí sentado viendo tranquilamente el ancho mundo! Yo estoy exactamente en camino a recorrerlo, y deseo probar mi suerte. ¿Te gustaría acompañarme?” -

El gigante contempló desdeñosamente al sastre y dijo:

“¡Tú, monigote!, ¡Tú, criatura miserable!”-

”¿De veras?” - contestó el sastrecillo, y desabotonando su chaqueta le mostró al gigante su cinta.

“Ahí puedes ver la clase de hombre que soy”.-

El gigante leyó, “SIETE DE UN GOLPE”, y pensó que se trataba de gigantes que había matado, por lo que comenzó a sentir un poco de respeto por el pequeño individuo. Pero antes que nada, deseaba probarlo primero, y tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que hasta salió agua de ella.

-”Haz algo semejante”, - dijo el gigante, -”si es que tienes tal fuerza”.-

-”¿Es eso todo?” - dijo el sastre, -”eso es un juego de niños para mí” -

Y metió su mano en el bolso, sacó el pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante líquido de él.

-”Ves”- dijo el sastre, -”estuve mejor que tú”.-

El gigante no sabía que decir y no podía creer lo que hizo aquel pequeñín. Entonces el gigante tomó una piedra y la lanzó tan alto que fue difícil seguirla con la vista.

-”Ahora, hombrecito, haz algo semejante.”-

-”Buen tiro”- dijo el sastre, -”sin embargo después de todo la piedra cayó al suelo. Yo tiraré ahora una que nunca caerá de nuevo.”-

Y metió de nuevo la mano en su bolso, tomó al pájaro y lo lanzó al aire. El pájaro encantado con su libertad, levantó vuelo y se fue lejos sin volver jamás.

-”Qué te pareció, compañero”- preguntó el sastre.

-”Ciertamente que puedes lanzar”- dijo el gigante, -”pero ahora veamos si eres capaz de cargar algo con propiedad”.-

-Y llevó al sastrecillo a un grueso roble que estaba caído en el suelo y le dijo:

-”si eres suficientemente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque”.-

- “Claro”- dijo el hombrecito, -”echa el tronco en tus hombros y yo levantaré las ramas y ramitas; después de todo, es la parte más compleja.”-

El gigante se echó el tronco al hombro, pero el sastre se sentó en una rama, y el gigante que no podía voltear la cabeza, tuvo que cargar todo el camino con el árbol completo y el sastrecillo atrás, según el convenio. Él iba bien feliz y contento silbando la canción “Tres marineros partieron del puerto”, como si cargar el árbol fuera en verdad un juego de niños. El gigante, después de haber soportado la parte dura del traslado, ya no aguantaba más, y gritó:

-” ¡Cuidado, que tendré que bajar el árbol!”-

El sastre rápidamente se lanzó al suelo, agarró al árbol con sus dos manos como si lo hubiera estado cargando todo el camino, y dijo al gigante:

-”¡Tú, que tienes un gran cuerpo, y no puedes cargar con el árbol!”-

Siguieron juntos el camino, y cuando pasaban por un árbol de cerezas, el gigante tomó y dobló unas ramas altas y le dijo al sastre que las sostuviera mientras cortaba algunos frutos de los más maduros y lo convidó a comer. Pero el sastrecillo era demasiado débil para sostener por sí solo la rama doblada, y cuando el gigante soltó sus manos, la rama regresó a su posición lanzando al sastre por los aires. Cuando cayó al suelo sin maltrato alguno, le dijo el gigante:

-”¿Cómo es eso? ¿No tienes fuerza suficiente para mantener la rama doblada?”-

- “No, no es falta de fuerza”- replicó el sastrecillo. -”¿Crees que eso sería algo para un hombre que aplastó a siete de un golpe? Yo salté por encima del árbol porque había unos cazadores disparando hacia abajo allá en la espesura. Salta tú como yo lo hice, si es que puedes hacerlo.”-

El gigante hizo el intento, pero no pudo pasar encima del árbol, y más bien quedó enredado en las ramas, así que en esto también el sastre mantuvo la ventaja. El gigante dijo:

-”Si eres tan valiente, ven conmigo a nuestra caverna y pasa la noche con nosotros.”-

El sastrecillo aceptó y lo siguió. Cuando entraron a la cueva, estaban otros gigantes sentados a la orilla del fuego, y cada uno de ellos tenía un cordero asado en sus manos y lo comían. El sastrecillo miró alrededor y pensó:

-”Hay mucho más espacio aquí que en mi taller.”-

El gigante le mostró una cama para que durmiera allí. La cama, sin embargo, era demasiado grande para el sastrecillo, por lo que no la usó, sino que se acomodó en una esquina. Cuando llegó la medianoche, y el gigante pensó que el sastrecillo había entrado en sueño profundo, se levantó, tomó una gran barra de hierro, y de un sólo golpe partió la cama en dos, y creyó que le había dado a aquel saltamontes su golpe final. Temprano al amanecer los gigantes se dirigieron al bosque, y ya habían olvidado al sastrecillo, cuando de pronto él caminó alegremente y con firmeza hacia ellos. Los gigantes quedaron espantados, y temerosos de que él los golpeara y dejara muertos, corrieron lo más rápido que pudieron.

Siguió entonces el sastrecillo su camino según su propósito. Después de caminar un largo trecho, llegó al jardín de un palacio real, y como se sentía cansado, se acostó en el zacate y se durmió. Mientras dormía, la gente llegó y lo inspeccionó por todos lados, y leyeron su cinta que decía, “SIETE DE UN GOLPE.”

-”Ah”- dijeron ellos, -”¿Qué hará aquí este guerrero en tiempos de paz? Debe de ser un poderoso señor.”-

Entonces fueron a contarle al rey, y le comentaron que si se presentara una guerra, este hombre sería muy útil y valioso, y por ningún motivo debería dejársele partir. Le pareció bien la idea al rey, y envió a uno de sus cortesanos a donde estaba el sastrecillo para ofrecerle empleo en el servicio militar en cuanto despertare. El enviado permaneció junto al sastre, y esperó hasta que él estiró los brazos y abrió sus ojos, y le habló de la propuesta.

-”Oh sí, es por esa razón que he venido aquí”-, respondió el sastre, -”estoy listo para entrar al servicio del rey.”-

Y fue recibido con honores y una habitación especial le fue asignada. Pero los soldados no se sentían bien con él y su deseo era más bien que estuviera a mil kilómetros de distancia.

- “¿Cuál será el final de todo esto?”- se preguntaban entre ellos.

-”Si combatimos contra él, y le da por dar golpes, siete de nosotros caeríamos en cada oportunidad y ninguno podría mantenerse contra él.”-

Al fin llegaron a una decisión: fueron todos en grupo donde el rey, y le anunciaron sus renuncias.

-”No estamos preparados”- dijeron, -”para estar con un hombre que mata a siete de un golpe.”-

El rey se entristeció que por la causa de un hombre tuviera que perder a tan fieles soldados, y deseaba que ojalá nunca hubiera puesto los ojos en el sastre y que lo mejor sería deshacerse de él. Pero no se aventuró a despedirlo, temiendo que podría rebelarse y matara a toda su gente y se colocara él mismo en su trono real. Lo pensó por mucho tiempo y al fin llegó a una determinación. Envió un mensaje al sastrecillo para ser informado de que como él era un gran guerrero, tenía una solicitud para él.

En un bosque de su país vivían dos gigantes que causaban gran desasosiego con sus robos, asesinatos, maltratos e incendios, y nadie podía acercárseles sin poner en serio riesgo su propia vida. Si el sastre conquistaba y mataba estos dos gigantes, le entregaría a su única hija como esposa y la mitad de su reino como dote, y además cien caballeros podrán ir con él para ayudarle en la misión.

-”¡Eso sin duda será una gran cosa para un hombre como yo!”- pensó el sastrecillo.

-”¡A nadie le ofrecen una bella princesa y la mitad de un reino cada día de la vida”!-

- “Oh, sí, claro”- contestó al rey, -”pronto domaré a esos gigantes, y no necesito la ayuda de esa caballería para hacerlo, porque aquél que de un golpe termina con siete, no tiene por qué temerle a solo dos.”-

El sastrecillo fue adelante, y los cien caballeros le seguían. Cuando llegó a los límites de la foresta, le dijo a sus seguidores:

-”Quédense aquí esperando, yo solito terminaré pronto con los gigantes.”-

Y se internó en la foresta mirando a izquierda y derecha. Al cabo de un rato encontró a los gigantes. Estaban durmiendo bajo un árbol, y roncaban de tal manera que las ramas subían y bajaban. El sastrecillo, sin perder tiempo, llenó dos bolsos con piedras y con ellas subió al árbol, encima de los gigantes. Cuando estaba a media altura, bajó un poco por una rama para quedar exactamente arriba de los gigantes, y entonces dejó caer una piedra y otras más sobre el pecho de uno de los gigantes. Por un rato el gigante no reaccionaba, pero al fin despertó, empujó a su compañero, y dijo:

-”¿Por qué me estás golpeando?”-

- “Seguro que estás soñando” - contesto el otro, -”no te estoy golpeando.”-

Y de nuevo se pusieron a dormir, y entonces el sastrecillo tiró una piedra sobre el segundo.

- “¿Qué significa todo esto?”- gritó.- “¿Por qué me estás tirando cosas?”-

-”Yo no te estoy tirando cosas”- contestó el primero, refunfuñando.

Discutieron por un rato, pero como estaban cansados, se olvidaron del asunto y regresaron a sus sueños. El sastrecillo inicio su juego de nuevo, tomó la piedra más grande y la tiró con todas sus fuerzas sobre el pecho del primero.

-”¡Eso sí que está malo!”- gritó él, y se levantó como un hombre loco, y empujó a su compañero contra el árbol hasta hacerlo oscilar.

El otro le pagó entonces con la misma moneda, y se envolvieron en tal violencia que arrancaban a los árboles y les quebraban ramas, y se golpearon uno al otro por tan largo rato que al fin ambos cayeron muertos al suelo al mismo tiempo. Entonces el sastrecillo bajó de un sólo brinco.

-”Qué buena suerte”- se dijo, -”que no maltrataron el árbol en el que me encontraba sentado, si no hubiera tenido que saltar a otro como una ardilla, pero para eso nosotros los sastres somos ágiles.”

Sacó él su espada y dio un par de estocadas a cada uno de los gigantes en el pecho y caminó adonde estaban los caballeros y dijo:

-”¡El trabajo está concluido; he dado a ambos el golpe final, aunque fue un trabajo muy duro! En su desesperación dañaron árboles, y se defendieron con ellos, pero todo eso no tiene sentido cuando se enfrentan con un hombre como yo, que mata siete de un golpe.”-

- “¿Pero no esta usted herido?”- preguntó un caballero.

-”No se preocupe en absoluto por eso”- contestó el sastre, -”ellos no tocaron ni siquiera un pelo de mi cabeza.”

Los caballeros no podían creerle e ingresaron a la foresta donde encontraron a los gigantes muertos e inundados con su sangre y gran cantidad de árboles yaciendo en el suelo.

El sastrecillo pidió al rey su recompensa, pero éste, arrepentido de su promesa buscó de nuevo ver como se deshacía del héroe.

-”Antes de que puedas recibir a mi hija y la mitad de mi reino”- le dijo, -”debes realizar antes una hazaña heroica más. En la foresta anda un unicornio que hace mucho daño, y debes de capturarlo.”-

- “Le temo mucho menos a un unicornio que a dos gigantes. ¡Siete de un golpe, es mi clase de acción!”-

Tomó una cuerda y un hacha, se encaminó al bosque, y de nuevo le pidió a los que lo acompañaban que esperaran afuera, y se interno en la foresta. Tuvo que buscar por largo rato. De pronto apareció el unicornio que corrió directo hacia el sastre con su cuerno en posición de ataque, como si le hubieran escupido sobre su cuerno sin más ceremonia.

- “Suave, suave, no debes hacerlo así tan rápido”- dijo él, y se mantuvo estático y esperó a que el animal estuviera más cerca.

Entonces de un ágil brinco subió al árbol. El unicornio corrió hacia el árbol con toda su fuerza y chocó su cuerno contra el árbol a tanta velocidad que se clavó profundamente y no pudo sacarlo de allí. Y en consecuencia quedó pegado al árbol.

-”Ya tengo al pajarito”- dijo el sastre.

Y bajó al frente del árbol, puso la soga alrededor del cuello del unicornio, y con el hacha cortó el cuerno del unicornio. Una vez todo listo, tomó a la bestia y la llevó ante el rey. El rey no quería aún cumplir su promesa, y le hizo una tercera demanda. Antes de la boda, el sastre debería capturar para él a un jabalí salvaje que hace grandes estragos en el bosque, y dijo que los cazadores pueden proveerle de la ayuda necesaria.

-”¡Lo haré!”- dijo el sastre, -”¡eso es un juego de niños!”-

Como de costumbre, él no se llevó a los cazadores a lo interno del bosque, y ellos se complacieron que fuera así, ya que el jabalí salvaje en muchas ocasiones los había recibido de tal manera, que no mentirían en decir que gustosamente lo esperarían afuera.

Cuando el jabalí percibió al sastre, corrió hacia él con su boca espumando, mostrando sus filosos colmillos, y estuvo cerca de tirarlo al suelo, pero el ágil héroe corrió hacia una capilla que había ahí cerca, y de un salto entró por una ventana y salió por otra.

Entró por la puerta el jabalí a perseguirlo, pero el sastre, dando la vuelta por fuera, cerró la puerta detrás de él, y la furiosa bestia, que era demasiado grande para salir por una ventana, quedó atrapado. El sastrecillo llamó a los cazadores para que vieran al prisionero con sus propios ojos. El héroe, sin embargo fue donde el rey, quien estaba ahora, le gustara o no, obligado a cumplir lo prometido, dándole a su hija y a la mitad de su reino. Si el rey hubiera sabido que al que tenía al frente suyo, en vez de un héroe guerrero, no era más que un sastre, se habría enfurecido muchísimo más. La boda se llevó a cabo con gran magnificencia y regocijo, y además de un sastre, un rey fue hecho.

Algún tiempo después, la joven reina oyó a su marido que hablaba en sueños y decía:

- “Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir.”-

Así, ella descubrió de que nivel social provenía el joven monarca, y a la mañana siguiente fue a contarle aquello a su padre, y rogó que le ayudara a deshacerse de su marido, que no era más que un humilde sastre. El rey la confortó y le dijo:

-”Deja la puerta de la habitación abierta esta noche, y mis sirvientes estarán afuera, y cuando él se haya dormido ellos entrarán, lo amarrarán, y lo pondrán en una nave que lo llevará por todo el ancho mundo.”-

La mujer se satisfizo con eso, pero un escudero del rey, que había escuchado todo, y que apreciaba mucho al joven soberano, fue a informarle del complot.

-”Pondré mi parte en ese negocio”- dijo el sastrecillo.

En la noche se fue a la cama con su esposa a la hora usual, y cuando ella pensó que ya estaba bien dormido, ella se levantó, abrió la puerta y se acostó de nuevo. El sastrecillo, que se hacía el dormido, comenzó a gritar en voz bien alta:

- “Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir. Ya maté a siete de un golpe, maté a dos gigantes, traje a un unicornio y capturé a un jabalí salvaje, y no temo a esos que están afuera de mi dormitorio.”-

Cuando esos hombres oyeron al sastre hablando así, les sobrecogió un gran miedo, y corrieron como si un cazador los persiguiera, y nadie más se atrevió nunca más a aventurarse en contra de él.

Así, el sastrecillo fue rey y se mantuvo firme, hasta el fin de sus días.

FIN

Cuento: El patito feo.
Autor: Hans Christian Andersen

Era una hermosa tarde a fines del verano. Mamá pata había hecho su nido en la orilla del arroyo.

-Estos patitos tardan mucho en romper el cascarón -dijo, dando un suspiro.

Mamá pata estaba sola empollando sus huevos. Los demás patos se hallaban demasiado ocupados nadando y no venían a conversar con ella. Por fin, los patitos empezaron a golpear el cascarón con el pico hasta que lograron romperlo y pudieron salir. Uno a uno, se aventuraron a dar sus primeros pasos por el nido. Después de unos cuantos tropezones, se sacudieron y observaron. Los patitos estaban maravillados.

-¡Qué grande es el mundo! -decían, y en efecto así parecía después de haber estado metidos en un huevo.

-El mundo es mucho más grande -explicó mamá pata-. ¿Ya salieron todos? ¡Ay, no! Todavía falta aquel huevo grande. Una vieja pata se acercó a mirar.

-Ese debe ser un huevo de pavo -dijo-. A mí me ocurrió eso mismo una vez. ¡No te imaginas mi preocupación! El chiquillo no se acercaba al agua por más que yo trataba de obligarlo. Mi consejo es que dejes ese huevo quieto y no le prestes atención -concluyó la vieja pata.

"No importa", pensó mamá pata. "Voy a empollarlo un rato más".

Al poco tiempo, mamá pata escuchó un "toc, toc". Era el nuevo bebé que sacaba la cabeza del cascarón.

"Éste no es un pavo", pensó mamá pata al verlo caminar. "Pero es tan grande y feo… Bueno, haré lo mejor que pueda".
Al día siguiente, mamá pata los llevó a todos a nadar. El primer patito se lanzó al agua. ¡Plash! Luego, uno a uno se fueron zambullendo en el estanque, incluido el patito feo, y segundos después, todos se deslizaban suavemente en el agua.

Luego, mamá pata llevó a la familia al corral de las aves.

-Háganle la venia a la gran pata mayor -dijo mamá pata-. La cinta que lleva alrededor de la pata le confiere distinción y honorabilidad.

Los patitos hicieron la venia con gran respeto. Luego, el pavo se acercó a mirarlos.

-¡Nunca había visto un patito tan grande y feo! -graznó.

Ahí comenzaron los problemas del patito feo. Todos lo trataban mal porque no era como los demás. Los otros patitos lo golpeaban y las gallinas lo picoteaban. El pobre patito feo se sentía muy triste. A medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraban. Nadie lo quería porque era diferente.

Llegó un día en que el patito feo ya no aguantó más y huyó del corral. Corrió tan rápido como se lo permitían sus patas, hasta que se internó en el bosque. Como no sabía dónde estaba, decidió seguir corriendo sin parar. Por fin, llegó hasta un gran pantano en donde vivían unos patos salvajes. Allí se quedó, escondido bajo un matorral. Se sentía agotado y muy solo. A la mañana siguiente, los patos salvajes se acercaron a mirar al recién llegado.

-Hola -dijeron-. ¿Quién eres?

-Soy un pato de granja -respondió el patito feo, notando que los patos salvajes tenían un aspecto muy diferente a los patos del corral.

-¿Un pato? -exclamaron-. ¡Jamás habíamos visto un pato tan torpe como tú! Pero puedes quedarte aquí, si quieres. Hay espacio para todos. El patito feo estaba feliz de poder quedarse en el pantano, lejos de los crueles animales de la granja. El clima empezó a enfriar y las hojas de los árboles comenzaron a ponerse rojas y amarillas. Había llegado el otoño. Un día, el patito feo estaba buscando algo de comer entre los juncos, cuando dos jóvenes gansos se posaron junto a él.

-¡Hola, amigo! -saludaron-. ¿Quieres venir con nosotros? Vamos a otro pantano, donde hay otros gansos como nosotros.
Diciendo esto, alzaron el vuelo. Al patito feo le gustó la idea. Sin embargo, no había alcanzado a moverse cuando escuchó unos disparos. Aterrado, vio que los gansos caían al pantano. Un perro enorme corría a sacarlos. Se oían disparos de escopeta por todas partes. Otro perro llegó saltando por entre los juncos y por poco le pasa por encima al patito feo. El perro lo miró un instante y luego se fue.

-¡Qué suerte! -exclamó el patito feo, jadeante-. Soy tan feo que ni siquiera los perros me quieren. El patito feo pasó todo el día escondido entre los juncos. Finalmente, cuando el sol se ocultó, los perros se fueron y ya no hubo más disparos. Entonces, salió del agua y corrió por el bosque. Ya era de noche y el viento soplaba con fuerza. De repente, el patito feo se encontró frente a una casa que parecía abandonada. Una tenue luz se vislumbraba a través de la desbaratada puerta. "Debo resguardarme de este viento", pensó el patito feo. Entonces se metió por una rendija de la puerta y buscó un rincón para pasar la noche. En la casa vivía una anciana con un gato y una gallina.

-¿Y quién es éste? -preguntó la anciana al día siguiente, al ver al patito feo. Él le explicó todo lo que había sucedido.

-Si ronroneas y pones huevos, te puedes quedar -dijo la anciana.

Por supuesto, el pobre patito feo no podía hacer ninguna de estas dos cosas. Se quedó triste y pensativo en un rincón, recordando cuán feliz había sido en el pantano. Al fin, el patito feo le dijo a la gallina:

-Quiero conocer el mundo.

-¡Estás loco! -comentó la gallina-. Pero no te voy a detener.

El patito feo logró llegar a un gran estanque. Allí pasaba los días nadando bajo el sol. En cierta ocasión, pasaron volando unas aves de cuello muy largo. Era la primera vez que el patito feo veía aves tan hermosas.
"Me encantaría ser su amigo", pensó.

Los vientos helados del invierno comenzaron a soplar. En poco tiempo, el agua del estanque empezó a congelarse. Era imposible soportar tanto frío.

Por fortuna, un campesino que pasaba por allí salvó al patito de morir congelado y se lo llevó a su casa, que estaba calientita. Lamentablemente, los hijos del campesino no lo dejaban en paz. Se la pasaban correteándolo por todas partes. En la primera oportunidad que tuvo, el patito feo se escapó.

De alguna manera, el patito feo logró sobrevivir en el invierno. Una buena mañana, extendió las alas para sentir mejor el calor del sol. Casi sin darse cuenta, empezó a volar y llegó hasta un jardín con un gran estanque en medio. Tres hermosas aves blancas flotaban con elegancia en el agua. Eran cisnes, pero él no lo sabía.

"Voy a hablarles" se dijo. "Quizás me rechacen por ser tan feo, pero prefiero eso a que me picoteen las gallinas".

Se deslizó lentamente hacia donde estaban los cisnes e inclinó la cabeza. ¡Sorprendido, vio en el agua el reflejo de otro cisne hermoso!

-¡Mira, hay otro cisne! -dijeron unos niños que observaban el estanque desde la orilla-. ¡Es el más lindo de todos!

Al patito feo, que no era un pato sino un cisne, se le llenó el corazón de inmensa felicidad. ¡Al fin había encontrado su hogar!

FIN

Fuente: http://www.buscate.com.mx/educativo/cuentos_infantiles/cuentos-infantiles.htm


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